Por Christine Armario
Associated Press
BOGOTÁ — Nadie debería haber sabido el nombre de Bella Lamilla pero, a las pocas horas de su diagnóstico como la “paciente cero” del coronavirus de Ecuador, estaba circulando en las redes sociales junto con fotos que mostraban a la maestra retirada inconsciente e intubada en una cama de hospital.
Su familia, numerosa y unida, vio con horror cómo comenzaba a desarrollarse una doble tragedia: Mientras Lamilla luchaba por su vida en cuidados intensivos, unos desconocidos empezaron a destrozar su reputación en internet.
“Sabiendo que tenía eso la vieja esa y no le importó andar bien campante por las calles sin importarle su familia”, comentó una persona en Facebook.
“Fue feo” dijo Pedro Valenzuela, de 22 años, el sobrino nieto de Lamilla. “Duele mucho”.
La creciente pandemia ha puesto a prueba los intereses de la salud pública y de la privacidad, con miles de personas y familias experimentando tanto enfermedades físicas como el estigma menos discutido que puede venir con ellas.
Lamilla es un ejemplo de cómo para los pa-cientes y sus seres queridos, el coronavirus puede venir acompañado del estigma y la revictimización. Es la otra cara de las historias que han surgido sobre la solidaridad y las buenas acciones. Desafortunadamente, la pandemia también está sacando a relucir el lado más oscuro de algunas personas: el miedo, la ira, el resentimiento y los prejuicios.
En India, algunos médicos han denunciado haber sido desalojados por los propietarios de las viviendas que rentaban por temor a que transmi-tieran el coronavirus a otros inquilinos. En la ciudad de St. Michel, en Haití, la gente apedreó un orfanato después de que un voluntario belga fuera diagnosticado con COVID-19.
En Indonesia, una de las primeras enfermas de COVID-19 fue sometida a insinuaciones crueles, señalando que contrajo el coronavirus por trabajo sexual.
Los psicólogos dicen que estas actitudes obedecen a un viejo instinto de protegerse a uno mismo y a sus familiares de contraer una enfermedad potencialmente letal, y la creencia, por infundada que sea, de que quienes la contraen tienen cierta res-ponsabilidad.
“La enfermedad es uno de los temores fundamentales que los humanos han estado enfrentando durante toda su evolución”, opinó Jeff Sherman, profesor de psicología en la Universidad de California en Davis. “No es realmente sorprendente que sean hostiles hacia alguien que creen que es responsable de traer la enfermedad a su comunidad”.
Bella Lamilla se mudó a España hace tres años para disfrutar de la jubilación. Acompañaba a una hija y tres nietos en un tranquilo suburbio de Madrid. Al menos una vez al año volaba de regreso a Ecuador, donde una bandada de familiares la recibía en el aeropuerto.
El 14 de febrero hizo el vuelo de 12 horas a
Ecuador y pasó frente a las autoridades de inmigración, sin que le hicieran preguntas, a pesar de que comenzó a tener fiebre.
Durante la siguiente semana, sus familiares la llevaron con dos diferentes médicos locales, quienes informaron que sus malestares eran efectos secundarios de una infección urinaria o un posible problema muscular. Al final la condujeron a una clínica privada en la ciudad de Guayaquil. Con problemas para respirar, Lamilla fue conectada a un respirador artificial.
Después de que la entonces ministra de Salud Catalina Andramuño anunciara el primer caso de Ecuador en una conferencia de prensa en vivo, los rumores y furia rápidamente se desataron en redes sociales.
Surgió un documento médico con el nombre de Lamilla, así como fotografías y videos que mostraban a la pequeña mujer con su cabello corto y rubio en una cama de hospital. Circuló un mapa con las direcciones de las casas de los familiares. Los usuarios de Facebook sacaron a la luz fotos de la familia en un partido de fútbol, insinuando que habían expuesto a miles de personas.
“Irresponsables”, comentó un hombre sobre las imágenes de parientes celebrando el regreso de Lamilla antes de ser diagnosticada.
Algunos familiares de-
fendieron a Lamilla, aun-que otros, angustiados por la crítica, evitaron por completo las redes sociales. Sabían que Lamilla se sentiría mortificada de descubrir que posiblemente había propagado el virus a sus parientes.
“No quería estar dañando mi corazón con las redes sociales”, dijo la hija de Lamilla.
Otros pacientes cu-yas identidades se han dado a conocer pasaron por ataques similares.
Minutos después de que Indonesia anunciara sus dos primeros casos, los nombres de Sita Tyasutami y su madre se filtraron en internet con sus números telefónicos y dirección de casa. Les llegó un aluvión de mensajes de WhatsApp.
Las personas compartieron fotografías de Tyasutami, una bailadora profesional de 31 años, sacudiéndose en un emplumado bikini de samba brasileño y especularon sin fundamentos que contrajo el virus después de ser “rentada” por un clien-te extranjero. “Ahora mi cara está por todos lados, no la puedo esconder”, dijo.
Los estudios mues-tran que cuando la gente vincula enfermedad con comportamiento, es más probable que culpen y excluyan a los enfermos.
Un sondeo en Hong Kong, varios años después de un brote en 2003 de SARS – otra enfermedad por coronavirus que mató a casi 800 personas -, halló que una pequeña parte de la población todavía tenía sentimientos negativos hacia quienes lo habían contraído.
“En términos generales, el estigma de las enfermedades infecciosas puede ser tan devastador para los individuos infectados como las mismas enfermedades”, escribieron los autores.
En la mayoría de la gente el nuevo coronavirus provoca síntomas leves o moderados como fiebre y tos, pero en algunas personas, sobre todo los adultos mayores y quienes padecen trastornos de salud subyacentes, puede causar enfermedades más graves e incluso la muerte.
Lamilla murió a mediados de marzo. Para entonces, aproximadamente una decena de parientes habían dado positivo.
Una de las más enfermas, la hermana menor de Lamilla, Charito Lamilla de 61 años, comenzó a te-ner problemas para respirar. Durante dos horas, los familiares intentaron conseguir una ambulancia, pero ninguna llegó.
El gobernador provincial Camilo Salinas dijo después que la ambulancia que debió estar disponible trasladaba a otro enfermo de coronavirus, pero que fue bloqueada por personas que no querían que llegara al centro médico por temores de contagiarse.
Al día siguiente, Charito Lamilla fue la segunda persona en morir en Ecuador por coronavirus.